Dos microrrelatos de Clara Ronderos

 

El regalo

La indiferencia al tirarlos a la basura fue lo que menos le molestó. El comportamiento de su novia le parecía imposible. Le había traído esos chocolates con la ilusión de seducirla pero también porque la quería mucho y pensó que le gustarían. ¿Cómo iba a saber él que era alérgica a las nueces? Comprendía ahora que no podría comérselos, pero botarlos así a la basura en esa casa llena de niños de todas las edades. Toda una caja de chocolates finísimos que le habían costado una fortuna. Eso sí que no podría perdonárselo. 

 

 

Un muchacho precoz

“No dejo de invocar las curvas de la señora Ackerman” me dijo Oscar, mi pequeño de doce años cuando lo fui a buscar a su clase de piano. Es verdad que la señora Ackerman, a pesar de estar ya entrada en años, conserva un cuerpo bastante curvilíneo y provocativo, pero el comentario de Oscarcito me dejó fría. ¿Desde cuándo este niño flaco y pecoso se fijaba en esas cosas? Lo miré con otros ojos. Noté su pequeño bozo como una especie de pelusa sobre la boca. Miré sus manos desproporcionadas para su estatura, manos de hombre grande, huesudas y ya cubiertas por algo de vello. Decidí conversar con el pequeño sobre su profesora. “Oscarcito” le pregunté “¿Qué es lo que más te gusta de tus clases de piano?” Me respondió sin dudarlo un momento:” las curvas de la señora Ackerman” y en seguida exclamó “me motiva tanto trabajar duro en el piano y que luego nos deje jugar a las curvas en la computadora”” ¿Cómo así?” le pregunté asombrada. “Ay mami tú no sabes nada, es un simulador de carreras de autos. Tiene unas curvas tremendas!”

 

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