Reflexiones con jazmines.Nilda Igarza
Reflexiones con jazmines.
Catorce plantas de jazmines rodeando
la casa fueron plantadas por mi padre. Diciembre traía los primeros ramilletes
como hostias de fe renovada; una ofrenda a Fátima, otra al frasco transparente
del pesebre repleto de pimpollos recién cortados. Una vez a la semana rumbo al
centro pasaban las hermanas Hernández con sus pañuelos negros en la cabeza.
Pisando sombras de veredas a la hora de la siesta golpeaban palmas, pedían dos
vasos de agua y jazmines a la vuelta. Algunas madres pedían pimpollitos que
demoraran en abrir para moños de comunión de sus hijas y prendedores a túnicas
de las maestras cuando entregaban las carpetas.
—Ayúdenme a armar ramos de a docena —decía
mi padre — antes que el sol apriete o me agarre la perrera.
Mientras barajaba algún mate aprontaba el
canasto de mimbre con asa de trenza que Angito Pérez le había regalado,
acomodaba jazmines como a bebés con talco perfumado. Pedaleando, meciéndolos en
el cuadro de la bicicleta llegaba hasta la feria de la Asamblea donde los
ofrecía agradeciendo preferencias. Curiosa, yo le preguntaba a quiénes
entregaba y él me decía que a clientas, para adornar iglesias de las novias.
Al rato volvía:
—Primero la bicicleta, decía.
Soltaba el manubrio cruzando una
pierna y el canasto volaba de una mano a otra. Allí estaba con sus cachetes
colorados y sus ojos azules pidiendo que lo ayuden a armar más ramos.
— Ni picaron; hay trabajadoras de una tienda quieren más jazmines, —decía mientras aseguraba un palillo de ropa al ruedo del pantalón
para no engrasarlo con la cadena y calzaba una alpargata lona negra de estopa
gruesa. Había días que llevaba más de dos veces el canasto lleno y volvía con
él vacío. Compraban personas que estaban sentadas a la sombra de palmeras, en
la escalinata de la iglesia o el marco de la ventana de alguna esquina de la
calle Independencia. Era más que un extra de fines de semana. No necesitaba
apellido, título de carrera, marcas en sus prendas; todos le apreciaban por su
simpatía verdadera. Sin dudas aquellas plantas eran fábricas de jazmines cuando
amanecía y en las tardecitas una nursería con parturientas dando a luz durante
días.
Me encantaba escribir “jazmines” en cursiva y “pesos
quince la docena” con imprenta; al siguiente año pasó a veinte luego a treinta.
Estirando los brazos colocaba en la columna de luz el cartel de hoja de
cuaderno de escuela atado con una cinta. Lo mejor era la recompensa,
contar las monedas de diez y de vez en
cuando palpar la flor de ceibo de las más chicas para helados de agua,
chocolondos, el yo-yo, cambiar juego de escuadra y regla, un Topo Gigio,
figuritas de Pantera. También la muñeca caperuza que alcanzó a conocer mi hija.
Mi padre la guardó en una repisa con su capa de nailon rojo y canasta con
flores plásticas. No daba para la de novia articulada con melena y bien feliz
era al imaginarla tal como quisiera. Un sol de febrero con gotitas de rocío
despedía los últimos pétalos porcelanas de mis miradas; las raíces de las
plantas marchitaban año tras año; en vano hidratarlas como a esta garuga que
desliza apenas mojando mis pestañas.
—Alma mía, no eres cobarde por
estar reflexiva en esta Nochebuena, el tiempo pasa como flecha y se clava con
los seres queridos que a sus sillas faltan. Sé que nada es para siempre ni
existen tsunamis sin sus tempestades. A veces confundes azúcar con sales ¡hasta
cielo con mares! La naturaleza es sabia; deja al destino que te sorprenda con
enseñanzas que den fuerzas. Las experiencias siguen vivas, siente sus
presencias en flores de aromas tiernas, en un detalle de la frase del poema, en
un sentimiento que retrocede a buscarnos cuando ya no nos encuentra. Huele ahora este jazmín erguido sin que marchiten sus
inmaculados pétalos. Ves ¡Ahí está el equilibrio! En no herirlo. ¿Tan difícil
es conciliar los derechos compartidos? ¡Cómo espero que Natura aliente a no ser
uno más entre fauces de algún respiro a pimpollos bendecidos! Transgredir es
transgredirnos en este universo donde el sentimiento debe ser lo que
prevalezca. Las emociones son resortes que aprietan e impulsan, pero a veces no
se entiende, molesta y esperamos que todos opinen de igual manera. Nos damos
cuenta que odios, rencores, envidias, ofensas, algún día fueron primaveras y
entonces podemos sentir que no todo está perdido; entre el laberinto de
alegrías y tristeza hay latidos.
—¡Vaya otro a Marte donde
oxigenarse con humanidades! —
dirán entre dientes algunas vecinas con tal de frustrar sus soledades. No es
todo ja, ja, ¡pero de algo hay que mofarse! ¿o no? Esto es lo que se siembra o
cosecha haciendo al ser humano y su convivencia. Mientras unos cultivan el arte de amarse,
amar sin fronteras, otros le suben la fiebre al ombligo del mundo con sus
vanidades.
—¡Nadie
es más que nadie, sabe! pero hay un planeta que gira aturdido al ritmo de los
algoritmos sociales. ¿Por qué brindo en él con jazmines? Para recordar las
raíces que dieron sentidos; por resignación y consuelo al dolor recordando lo
perdido en esta virósica pandemia; para que ser feliz no colapse si faltara don
dinerillo valgan los sueños genuinos, para que siga en cada Navidad ¡naciendo
el niño! como pimpollo que impregna de paz al mundo, nuestra casa.
¿Qué sucedió con las plantas de jazmines? Comprendí que debían pernoctar las
flores edición limitada con fragancias de la infancia. Así es que invité a
jazmines libertos a despertarme cada vez que asomo al sol por la ventana que da
al frente de la casa de ilusiones sembradas.
Las cosas mas sencillas de la vida son las que perfuman el alma..
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